TenÃa por norma no viajar nunca de noche. Era peligroso y antinatural. Siempre que le era posible buscaba un refugio seguro y bien protegido antes de que el sol se ocultase del todo. Pero estaban en guerra y bajo el mando de un idiota que no habÃa querido escuchar consejos. Avanzaban despacio, rodeados de todo tipo de sonidos siniestros y de una sensación continua de amenaza.
La orden era clara: alcanzar las lÃneas enemigas al amanecer. Una misión suicida. Sin embargo aquella tarea podrÃa salvarles la vida. Las mazmorras de Shileg eran terribles. Todos, asesinos experimentados o soldados caÃdos en desgracia, estaban condenados a muerte. Si sobrevivÃan se librarÃan de la pena capital. Djort sabÃa que era probable que ninguno viese un nuevo dÃa pero preferÃa morir luchando que aguardar su última hora en una celda infecta. O eso creÃa hasta que el bosque enmudeció.
Comenzó como un leve ronroneo que pronto cobró una intensidad aterradora. El ataque sobrevino de improviso. Intentaron defenderse, eran buenos guerreros, pero fue imposible evitar aquella tormenta de garras y colmillos, aquella violencia procedente de la oscuridad. Djort supo que iba a morir en el mismo instante en el que sintió el inicio de aquella tempestad invisible. Los que tuvieron suerte murieron enseguida, otros no gozaron de tanta fortuna. Gritos y alaridos expresaban dolor y terror a partes iguales. Fue todo muy rápido. Un aullido infernal dio por concluida la cacerÃa, el bosque enmudeció una vez más.