Linaje
- Javier Fernández Jiménez
- 1 jul
- 1 Min. de lectura

Jill suspiró. Estaba harta de limpiar las cuadras, cuidar jardines y obedecer las órdenes de Rack, que solo tenía un par de años más que ella y pensaba que era poco menos que el rey. Algún día se iría lejos, muy lejos. Viviría grandes aventuras y demostraría a todos quién era en realidad. Incluso puede que averiguaste que no era hija de dos vasallos muertos a causa de la peste.
Cargó el cubo hasta arriba y arrugó la nariz. Odiaba ese olor nauseabundo. Algún día... Se repitió. Al salir de las caballerizas notó una punzada de dolor en el estómago que la dobló en dos. Algo ardía en sus entrañas. Soltó el cubo y notó fuego en las manos. Alguien intentó socorrerla y se abrasó las manos al tocarla. Entonces llegaron los gritos de terror.
Una bola de fuego cayó del cielo y destruyó la mitad norte del castillo. Todo el mundo corría a refugiarse, pero ella sentía que algo la llamaba. Tenía que alcanzar el fuego. Escuchaba un grito acuciante dentro. ¡Ven!, decía. Solo unos segundos después se topó con la mirada orgullosa de una dragona gigantesca y supo quién era en realidad. Sonrió. Jamás volvería a cargar estiércol.








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