Tiró de los mandos con todas sus fuerzas. Luchaba consigo misma para no llorar. Temblaba. Había fallado a todo el mundo, probablemente a todo el universo. Nunca, en toda su vida, había rehuido una pelea, sobre todo cuando había amigos en peligro, pero en esta ocasión no tenía alternativa. Perder esa batalla era necesario si quería disponer de una oportunidad de ganar la guerra.
Huir no iba a resultar sencillo. Tres cazas la perseguían. Una pequeña conmoción sirvió como alerta. Los escudos no tardarían en ceder. Sintió un fogonazo y supo que algún amigo acababa de morir. La tentación de dar la vuelta era fuerte. Gritó, furiosa. No podía regresar. No podía fallar de nuevo. Era la última esperanza.
Un cuarto caza enemigo se cruzó en su camino y provocó que tuviese que virar violentamente. Y en ese momento lo supo, no había escapatoria. Lucharía. Si tenía que morir, lo haría con honor. Había hecho caer al segundo de los enemigos cuando notó una sombra sobre su carlinga. Miró hacia arriba y no pudo evitar, ahora sí, llorar de pura emoción. La Resistencia estaba allí, toda la Resistencia. Estaban salvados.
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