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  • Foto del escritorJavier Fernández Jiménez

La preocupante rigidez política de la España del Siglo XXI

Y todo terminó pasando, como casi cualquier cosa. El súper domingo, que dirían algunos, se sucedió como una jornada electoral más, aunque muchos la tenían señalada en el calendario como un día único, clave o, incluso, definitivo. Al final fue como casi siempre… y terminó pasando. Y como en las buenas democracias, con mayor o menor disgusto o agrado por parte de unos y de otros, todo ha concluido con la normalidad que se presupone a un sistema como este, en el que todo parece estar atado y bien atado, por mucho que les pese o les moleste a muchos.



Aunque hay algo que da mucho miedo y que me ha disgustado profundamente, algo que se ha podido ver demasiado nítido y demasiado evidente como para que no nos haga reflexionar y para que no intentemos cambiarlo de cara al futuro. Seguimos estando en un país de blancos y negros, de rojos y azules, de bandos enfrentados y personas molestas con el de enfrente hasta límites realmente descorazonadores, simplemente por eso, por ser el de enfrente. Lo hemos visto por la calle, lo hemos leído en las redes sociales digitales hasta unos extremos realmente alarmantes y lo estamos pudiendo encontrar tanto en las rabietas de algunos de los que han perdido como en los mensajes revanchistas de algunos de los que han ganado.


Me preocupa la falta de "mano izquierda"

en la política actual, especialmente, en el

ánimo y las palabras de los votantes


No sé si me asusta o me apena, lo que sé es que deberíamos de tener mucho cuidado con estos ambientes tan crispados que no nos traen más que alarmas y preocupaciones. No poder decir a quién votas por miedo a ser tachado de “contrario” ni poder criticar abiertamente lo que no te gusta de un gobernante en particular, no ser capaz de encontrar la tacha en lo que se ha hecho mal desde mi gestión ni ninguna alabanza en lo que hace bien el del otro partido es siempre una mala noticia, un error que solo nos puede llevar a un camino terrible que otros ya recorrieron en el pasado.


Hace unos días tenía una conversación con amigos, en ella hablaba de que no estaba todo firmado en ningún rincón sin mayoría absoluta, que todo podía pasar, que ese supuesto frente de derechas frente al de izquierdas podría quebrarse o moldearse y convertirse en un grupo algo más heterogéneo, que quizás la izquierda y la derecha moderadas podrían negociar, llegar a acuerdos, gobernar en conjunto, cada cual intentando impulsar las políticas en concreto que más les convenga, pero con la capacidad de negociación justas para poder ver la bondad en las buenas ideas de “los otros”. Se rieron de mí por decirlo. “Si votas a la izquierda, quieres izquierda y no puede ser que esta se junte con la derecha”, “Y si votas a la derecha es porque no quieres la izquierda ni en pintura”, algo así me respondieron.


Me pareció un punto de vista muy triste. El gobernante puede tener sus ideas y sus maneras, por supuesto, pero ante todo debería ser un gran negociador, una persona capaz de dirimir sus problemas con el diálogo y con el consenso, con la suficiente manga ancha como para lograr sus metas sin ningunear al resto, de encontrar el camino correcto para legislar sin aplastar. Creo que eso es la política, o que eso debería ser. No una manera de menospreciar o borrar las ideas de los demás para llevar a cabo las mías, sino la fórmula de que mis ideas sean tan buenas, tan necesarias y tan obvias que el resto, aún a regañadientes, las acepte, quizás con un reniego o con algún apunte en concreto, pero que las haya visto, negociado y, finalmente, aceptado. Es más, creo que el buen gobernante es el que sabe ver los puntos fuertes en las ideas de los demás y las utiliza para su causa (que es la de todos), aunque para ello tenga que decir que “el otro” es inteligente e incluso útil.


El buen gobernante debería ser

capaz de ver lo útil y aceptable

del contrincante político y los fallos

cometidos por sus aliados o por

él mismo


Pero hay quien piensa que esto no son más que sandeces, que hay que barrer, aplastar, provocar y hacer al gusto solo del votante. Sin explicaciones ni condiciones. Hay algo que se nos olvida, incluso con la mayoría absoluta se debería pensar en todo el pueblo, en el bienestar de todas las personas que viven bajo mi gobierno. Ahora han sido, entre otras, las elecciones municipales, en ellas estamos todos muy pegados a los gobiernos locales, al resto de vecinos, a todo lo que pasa en nuestros pueblos, ¿no deberíamos negociar incluso con mayoría absoluta? ¿No deberíamos tener en cuenta lo que quieren mis vecinos? ¿Todos mis vecinos? ¿No deberíamos intentar que todos viviésemos lo más cómodos y unidos posible?


Espero que dejemos de pensar en bandos, en ganadores y en perdedores, en pequeñas dictaduras que van de cuatro años en cuatro años, en una única dirección. Y, ojalá, alguien nos enseñase a todos qué es en realidad la política y para qué debería servir de verdad, que no es ni más ni menos que para hacer nuestra vida cada día un poco mejor.


Artículo de OPINIÓN publicado en el periódico A21 en la edición de Junio de 2019




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