El sol lucía en el horizonte y su cálido resplandor levantaba reflejos de plata en la apacible superficie del mar. Apenas había oleaje. Una brisa ligera hacía revolotear las patillas de su gorro de cuero. Era muy agradable volar así, sin cadenas ni obligaciones. Sin ninguna misión.
Lo había decidido de repente, sin ningún plan premeditado. Al despegar tenía un objetivo, pero ahora sabía que no lo iba a cumplir. Ahora sabía que lo que quería era volar, solo eso, volar, sin más.
¿Era un delfín lo que había provocado aquella ola? ¿Cantaba una sirena en aquel islote? El piloto sonreía. Imaginaba que sería imposible domesticar a una sirena o a un delfín. O incluso vivir en un islote. Se quitó el gorro y las gafas, las dejó caer del cielo con un movimiento vago. Imaginó el chapoteo bajo sus pies. Apagó el motor y sonrió más abiertamente, ahora estaba por fin volando. Sabía que allí abajo, en la plata reluciente del mar, encontraría por fin aquella rosa que creía haber perdido para siempre.
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