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  • Foto del escritorJavier Fernández Jiménez

El tarro de cristal


Foto de Clem Onojeghuo

Su madre siempre le advertía que tuviese cuidado de no romper el tarro de las chucherías. “Si lo haces se mezclarán las golosinas con los cristales y no podrás comerlas. Además, puedes cortarte”, le decía. Sabía qué decir y cómo hacerlo, eso era lo que más le gustaba de ella. Hablaba de tal manera que no obligaba, convencía. Por eso estaba quieto y en silencio en aquel hueco en la pared en la que le había dicho que se escondiese hasta que todo estuviese en silencio.


A ella y a sus dos hermanos pequeños se los habían llevado a rastras. Estaba solo. A sus ocho años comprendió que salir de aquel escondrijo era jugarse la vida. Tembló. Estaba muy oscuro allí dentro, olía muy mal y tenía ganas de ir al baño. En el exterior aún se escuchaban los llantos, los gritos, los rugidos de los muebles lanzados por los aires. El tren sonó a lo lejos, como todos los días a la misma hora, esa tarde sonaba más lejos que nunca. Se abrazó al cristal del tarro. Sonó un disparo. Y más gritos y más llantos y más rugidos.


Se despertó horas después, estaba entumecido. Hacía frío. Supo que no quedaba nadie en su casa y se decidió a salir al comedor. No quedaban en pie más que las paredes y una figurita de porcelana que su padre había traído de Holanda hacía un par años, antes de que todo cambiara. La miró durante mucho tiempo antes de abrir el bote y coger la última chuchería. Se la llevó a la boca. Abandonó la casa y se marchó, sin rumbo definido, incapaz de saber qué le depararía el futuro.

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