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  • Foto del escritorJavier Fernández Jiménez

El Cazador


Foto de Dominika Roseclay

El rastro es reciente.

No podría ser de otra forma, la arena y las dunas se habrían tragado las huellas si estuviesen aquí desde hace tiempo.

Aún tengo fuerzas para continuar y agua en los odres para salir de este infierno naranja. O eso espero.

El sol es un furioso dardo en la espalda.

Una parte de mí me grita que detenga los pasos que aún tengo que dar, que busque un refugio, que me deje caer en el fuego de esta tierra inmisericorde y me rinda.

Pero sé que no lo haré, por mucho que intente convencerme.

Seguiré adelante.

Siempre lo hago.

Aunque sepa que es una estupidez, aunque todo indique de la inutilidad de este sufrimiento.

No tenía que haberme adentrado en este oleaje incierto de fuego y arena, en este océano de dunas que llevo atravesando desde antes del amanecer.

Lo sé, lo sabía cuando empecé la persecución.

Y aquí estoy, en mitad del desierto, rodeado de los gigantescos esqueletos de dragones que no fueron capaces de emprender el vuelo. Siento el influjo de su magia derramada en la arena, la muerte que se apodera de todo cuanto consigue atrapar.

También despuntan, de tanto en tanto, restos de naufragios antiguos. Un mascarón desgastado y podrido me observa con ojos de sirena devorada por el tiempo.

Me veo reflejado en esos ojos.

Yo también estoy viejo y desgastado.

El tiempo ha devorado casi todo lo que fui.

Mi piel es poco más que un pergamino deslustrado y mi cuerpo apenas una sombra. Llevo demasiados años en este mundo, dejando que el destino decida por mí cada uno de mis pasos. He sido el verdugo de mi señor durante demasiado tiempo. Quizás haya llegado el momento de parar, de dejar de obedecer, de convertirme en el señor de mis propios pasos.

Probablemente ese sería mi fin. Sigo aquí porque sigo siendo útil, el perro de presa más eficiente. El asesino más letal.

Nada le impediría acabar conmigo, borrarme de un plumado, destruirme.

Caería en el olvido eterno, sería como si jamás hubiese existido.

No perdería mucho.

¿Qué soy ya salvo estos jirones oscuros?

¿Dónde está ese poder que poseía?

No poseo nada y no soy nada más que una bestia, un monstruo con el que asustar a cualquiera que decida apartarse de la senda trazada por mi amo. Una pesadilla y un rumor apagado en la oscuridad.

Nunca he aspirado a nada más.

Ni siquiera tengo un nombre propio.

Y sin embargo, sin tener nada, sin ser nada, formo parte de la historia del mundo, de los recuerdos más aterradores de todos sus habitantes.

Soy una quimera. Una leyenda que ninguno de ellos dejará de susurrar mientras siga pisando este mundo.

Sé que nunca será nada más que lo que soy ahora, una evocación, un miedo, un arcano sinuoso que algunos ni siquiera osan pronunciar.

Nunca aspiré a nada más.

Pero no quiero desaparecer para siempre. No quiero dejarme llevar por la nada.

Si él me abrasa con su aliento, si su espada de hielo atravesara mi garganta, no sería ya ni lo que soy. Nadie recordaría que un día existió un rastreador infatigable, inmortal e infalible. Nadie temblaría al nombrarme en la noche, el propio fuego no castañearía de terror.

Es gracioso.

Era un gran hombre, un rey poderoso.

Él me convenció de que a su lado lo sería aún más, que mi espada llamearía con una furia a la que ningún enemigo sería capaz de enfrentar, que tendría las mayores riquezas que ningún mortal hubiese podido anhelar.

No me dijo, como buen demonio, todo lo que tendría que pagar para alcanzar ese poder.

Ahí va, solo está a un par de dunas de distancia.

El sol empieza a esconderse, en apenas unos minutos la temperatura bajará y el tiempo se ralentizará, sus pasos se irán deteniendo poco a poco, sin que ella se dé cuenta.

Mi energía aumentará con la llegada de la luna.

La daré alcance en poco más de una hora.

Y después…

Mi leyenda de cazador inefable crecerá un punto. Borraré otra de las amenazas de mi señor, para siempre, para que él siga siendo el más terrible y poderoso de los gobernantes.

He perdido la cuenta de los elegidos a los que ya he masacrado.

Durante siglos los he dado caza.

Uno a uno.

Han pertenecido a tantas razas y civilizaciones diferentes…

Y siempre los he encontrado, a todos, los he encontrado y destrozado.

El trono oscuro de mi señor está adornado con los centenares de corazones de todos esos héroes que estaban destinados a derrotar su poder, a desterrarle para toda la eternidad.

He acabado con todos y cada uno de ellos.

¿Qué es eso que suena?

¡El mar! Nunca había llegado ninguno tan lejos.

Nunca antes había escuchado el mar, aunque sé que este desierto acaba cuando las olas devoran la arena, cuando la espuma salpica el naranja abrasador de las dunas.

Siempre lo he sabido.

Un día me dijo que llegaría el momento, que estaba escrito, como todo lo que había pasado y lo que pasará. Dijo que yo desearía traicionarlo, destruirlo de una vez, acabar con todo.

Juré y perjuré que eso era imposible.

Y aquí estoy.

El mar suena cercano, mis botas negras pisan el lugar que sus pies han hollado hace pocos segundos. La veo a pocos pasos, tambaleante y firme, moribunda y débil y, sin embargo, más poderosa que nunca.

Sabe que estoy aquí. Ha escuchado mi susurro, conoce el filo de mi espada, el poder corrupto de mi espíritu.

Lo sabe todo de mí.

Es la elegida.

Tiene que morir, como todos los que antes lo han sido.

Saboreo el dulzón metálico de su miedo, su sudor, el miedo que martillea en su nuca.

Podría devorarla allí mismo, extirparle el alma y dejar su cuerpo como carroña para los buitres que llegarían al poco de marcharme.

Podría seguir adelante, una vez más, repetir el ciclo.

Podría continuar siendo esta nada que apenas se tiene en pie.

Todo podría seguir adelante, sin cambiar nada.

Una muesca más en el curso del tiempo.

Mi señor complacido.

Mi leyenda sería aún mayor, mi poder mucho más ingente, mi recuerdo imborrable del todo.

Sé que este es un momento crucial en la existencia.

Puedo seguir adelante.

Puedo hacerlo.

Hemos llegado a lo más alto de la más alta de las dunas, a nuestros pies rige el mar, nunca pensé qué llegaría tan lejos.

Ella me mira, me está mirando con sus ojos azules, tan claros como una mañana de verano.

Está a solo unos pasos.

Podría estirar la mano y acabar con todo.

Mi poder podría arrastrarla al Infierno con un mero pensamiento.


¿Por qué me mira?

¿Por qué no intenta salir corriendo?

¿Es que esta niña estúpida no me tiene miedo?

He venido a por ella, la elegida.

He venido a través del fuego del desierto para atraparla.


¿O no?


Me mira con sus ojos azules y sonríe con tristeza.

No me tiene miedo.

Podría acabar con ella, terminar con todo de una vez.

Y sin embargo…


Jirones oscuros, nostalgia. Un relámpago a lo lejos y gigantescos esqueletos de centenares de dragones entre la arena, a mi alrededor.

Solo soy un pobre recuerdo arrugado y vacío.

Una pesadilla que ya no asusta.

Ella, mi enemiga, la elegida, ni siquiera me ataca con su espada. Solo me sonríe y me regala un murmullo, solo hace eso y yo… desaparezco en la quietud del silencio.


Pero sigo aquí, formando parte de la historia del mundo.

Sobrevuelo el desierto como polvo de arena.

No habrá quien pueda olvidarme ya, quien no sepa que un día estuve en el mundo, que fue todo el poder que mi ami quiso darme, la quimera oscura que todo lo gobernaba.


Eso fui durante mucho tiempo.

Un leal y servil lacayo.

Un monstruo.


Hoy desaparezco, sé que lo haré y sin embargo, ahora que me desvanezco, por fin, me siento realmente completa por primera vez en mi existencia.

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