Aquellos trenes...
- Javier Fernández Jiménez
- 11 ene 2021
- 2 Min. de lectura

No fue hasta muchos años después que supe hacia dónde iban los trenes que me despertaban cada madrugada cuando era niño ni cuál era su carga. Durante mucho tiempo solo fueron para mí un recuerdo de infancia, un sonido habitual, una nostalgia de aquella casa en la que nací y viví hasta cumplir los ocho años, antes de mudarnos a la capital...
Cuando supe la verdad, qué representaban aquellos trenes llegados a la estación a altas horas de la madrugada, la multitud agolpada junto a los vagones, el humo que casi se colaba por las ventanas entreabiertas de mi cuarto, los gritos enmudecidos por la lejanía… cuando supe que mis padres lo supieron siempre y no me lo dijeron… cuando lo supe, me obligué a odiarlos para siempre y me marché lo más lejos posible, intentando olvidar una infancia feliz paralela a las cárceles de metal y madera que recorrían las vías de mi ciudad natal, impregnándolas para siempre de dolor, de pérdida, de lágrimas, de sangre…
Aquello fue cuando tenía 15 años, me fui sin volver la vista atrás, con la intención de no regresar jamás. Hoy he comprendido. Sé por fin la verdad completa. No la he conocido hasta no recorrer medio mundo en mis viajes, hasta no sentir en mis propias carnes el miedo a perder a los míos, hasta no saber que he sido igual que tantos y tantos ciudadanos de cualquier lugar que callan las verdades por temor a perder lo que tienen y a los que aman. Ahora vuelvo a mi ciudad natal, con el rabo entre las piernas y el remordimiento de no haber regresado antes. Padre, madre, aquí, ante la tumba en la que ambos descansáis, al pie de nuestra vieja casa, tan cerca de la estación, os pido perdón por no haberos entendido entonces. Fuisteis los mejores padres que ningún hijo pudiese tener.
Escrito en enero de 2014
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