La espada de fuego trazó un arco. Jhala saltó hacia atrás, notó el calor punzante en la piel. Había escapado de la muerte por unos centímetros. Buscó a su alrededor, desesperada, y no encontró su propia arma, aunque dudaba que fuese capaz de oponerse a la hoja mágica de su adversario. Iba a morir esa noche.
La luna oteaba desde las alturas. La joven heroína dio siguió reculando. No era capaz de alejarse lo suficiente del Profundo. Había oído hablar de esos seres. Siempre había creído que no eran más que entes legendarios para asustar a los niños. Recordó las historias: "Los Profundos no se detienen ante nada ni ante nadie. Una vez fijado su objetivo no pararán hasta encontrarlo". Ella era ahora ese objetivo, resultaba sencillo adivinarlo.
¿Habría un hombre tras aquella máscara de acero y aquella capa negra? ¿Sería un ser de carne y hueso? Iba a rendirse cuando recordó la frase: "Los Profundos desaparecen si se lo ordenas". Una frase casi olvidada de una vieja historia escuchada algún día por casualidad. Notó el fuego sobre la cabeza. —¡Vete! —Gritó —, ¡vuelve al Infierno, bestia! —. Solo la luna fue testigo de lo que ocurrió en aquel momento.
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