Era el final, incluso la esperanza se diluÃa ante mi. La sangre escapaba de mis venas, mis ojos se nublaron. HabÃa sido derrotado. Mi gesto debÃa mostrar más incredulidad que dolor, a pesar de la espada que atravesaba mi pecho. CaÃ. La muerte se acercó con una sonrisa pesarosa dibujada bajo sus pecas. Nunca habÃa imaginado que fuese tan hermosa. Le dediqué un saludo afectuoso. TraÃa paz y sosiego y libertad. Aquà acababan mis preocupaciones. Otros tendrÃan que ocuparse de los problemas. Yo, por fin, podrÃa ser feliz. Cogà la mano que me tendÃa la niña y nos marchamos en silencio del campo de batalla...
Javier Fernández Jiménez