Era el final, incluso la esperanza se diluía ante mi. La sangre escapaba de mis venas, mis ojos se nublaron. Había sido derrotado. Mi gesto debía mostrar más incredulidad que dolor, a pesar de la espada que atravesaba mi pecho. Caí. La muerte se acercó con una sonrisa pesarosa dibujada bajo sus pecas. Nunca había imaginado que fuese tan hermosa. Le dediqué un saludo afectuoso. Traía paz y sosiego y libertad. Aquí acababan mis preocupaciones. Otros tendrían que ocuparse de los problemas. Yo, por fin, podría ser feliz. Cogí la mano que me tendía la niña y nos marchamos en silencio del campo de batalla...
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