La luna.
Ahí estaba, a solo unos pocos metros, casi al alcance de la mano.
Hacía tanto tiempo que soñaba con ese momento… El descenso era suave, parecía que flotaran, la gente de ingeniería había hecho un trabajo fantástico. Anotó mentalmente decirlo en cuanto regresase a la Tierra, sin las personas responsables de poner aquella mole en marcha, de lanzarla miles de kilómetros más allá de su planeta, de conseguir que nada dejase de funcionar ella no estaría allí, a punto de ser la primera mujer en pisar la luna, de tocarla, como tantas veces había imaginado.
Aquella noche, hacía ya tanto tiempo, se había visto allí, en la luna. Había sido su mente infantil la que había viajado para huir del terror provocado por el mar y por la oscuridad, de las terribles sacudidas de las olas que jugaban a lanzar la barca por los aires, a arrastrarlos al fondo del mar. Ella se había refugiado en la luna llena, en lo majestuoso de su estatus allá en lo más alto, en su influjo. “Valiente”, habían dicho todos a la mañana siguiente al llegar a la playa, “has sido la más valiente”, la saludaban sonriendo. No fue hasta muchos años después que no confesó a sus padres que apenas había sentido nada de lo que ocurría sobre la endeble embarcación con la que habían atravesado un Mediterráneo lleno de monstruos submarinos y terrores, que ella durante toda la noche había recorrido los cráteres y el polvo de la luna, que había estado buscando la bandera que otros habían dejado mucho antes que ella la pisara.
—Atención, estamos solo a unos metros, ¿todo listo, comandante?
—Sí, capitana, todos los parámetros son normales. Desplegamos tren de aterrizaje —contuvo el aliento unos segundos, el responsable de la misión en la Tierra les había advertido que ese momento era crucial —, Estación de Robledo, ¿todo OK?
—Afirmativo, continúen con la operación.
—Adelante, capitana, alunicemos.
Robledo de Chavela… era curioso que la misión se dirigiese desde allí, desde un pequeño pueblo de la Comunidad de Madrid. Recordó los pasillos del colegio, los dragones de su iglesia, la plaza y la biblioteca en la que había pasado tantas horas de su infancia. Llegaron allí de casualidad, pero de no ser por aquel pueblo, por aquellas antenas dirigidas al infinito, todo habría sido diferente. Su pasión por la carrera espacial empezó allí, en Robledo.
No había sido fácil.
Tendría 6 o 7 años al llegar a aquel pueblo, no conocía el idioma ni las costumbres, su vida había sido otra y de repente todo era distinto.
No había sido fácil.
Recordó maravillada la primera vez que vio aquellas antenas, parecía que estaba en otro mundo, en uno que jamás habría imaginado que pudiese existir. Sintió una emoción extraordinaria, imposible de contener. Gritó, gritó de pura alegría aquel día. Y corrió y saltó hasta perder el aliento.
Su pasión por el espacio había llegado de golpe y ya nunca la había abandonado.
Ahora mismo, al saberse tan cerca de un destino que había empezado hacía tanto tiempo en una barca abocada al naufragio, quería gritar de nuevo, saltar. Estaba nerviosa, mucho, impaciente por abrir la escotilla y poner su pie en el suelo de la luna, por dejar su huella y hacer lo que ninguna otra mujer había hecho hasta entonces. Esperaba que nadie se atreviese a borrar su nombre de los libros de historia, como a tantas les había ocurrido en el pasado. La noche anterior había soñado que pisaba junto a la huella de Armstrong, que pronunciaba unas palabras tan contundentes y mágicas como las que aquel hombre había dejado para la historia.
Lo cierto es que tenía tantas cosas que decir, tanto que agradecer, tanto que contar… que no sabía qué palabras iba a utilizar, ¿cómo lo habría hecho Neil en su momento?, le imaginó dando vueltas en la cabeza a lo que iba a decir antes de dejar su huella en el polvo lunar… le habría encantado tenerle allí delante en ese instante, poderle pedir consejo, ¿qué se dice cuando eres la primera persona en el mundo en hacer algo que nadie más ha hecho?
No había sido nada fácil convertirse en la comandante del Programa Artemisa y no había ayudado que aquella misión tuviese como objetivo principal que pisara la luna una mujer y que las misiones lunares volviesen a funcionar regularmente. Durante meses se sintió observaba y cuestionada por todos, casi una intrusa en el sueño de millones de personas en todo el mundo.
No había sido nada fácil llegar hasta allí.
Y nunca le había gustado ser el foco de atención.
Sus notas en el instituto y en las pruebas de acceso a la universidad se convirtieron en noticia y le dieron una notoriedad pública que nunca había pedido, solo era una chica con ganas de estudiar, de saber, de vivir esa segunda oportunidad que le había ofrecido el destino. Sus ansias de conocimiento y de superación no tenían límites entonces. Para los medios era la noticia del día, una inmigrante africana que estudiaba en un instituto público había sido la nota más alta de toda España.
Por suerte esa notoriedad duró solo un suspiro y ella pudo seguir con su vida. Al menos durante un tiempo.
Años más tarde, al sobrevivir a un fallo electrónico de su C.15 y lograr que el caza apenas sufriese unos rasguños en el aterrizaje había vuelto a ser noticia.
Esta vez su hazaña llegó mucho más lejos. A los dos días recibió una notificación de la Agencia Espacial Europea, querían conocerla.
Notó un zumbido extraño y un vaivén descontrolado en el módulo, miró a la piloto, pero esta no había movido su expresión ni un milímetro. Claro que eso no indicaba nada, la capitana Shculley era un témpano cuando pilotaba, no como ella, que se emocionaba con cada una de las acciones que llevaba a cabo y cuya cara era siempre reflejo de lo que estaba haciendo y sintiendo.
—Shculley, ¿todo ok?
—Sí, todo correcto, comandante. Dos minutos para el alunizaje. Chicos, ¿os llega bien la imagen de la exterior? —preguntó a la base, para confirmar que las cámaras funcionaban correctamente.
—Todo en perfecto estado. Nos tenéis a todos con el corazón en un puño.
—No os bebáis todo el cava, ¿eh?
—Aquí tenemos un par de botellas para vosotras.
No había sido fácil.
Había tenido muchas oportunidades, todas ellas. Sus padres se habían sacrificado toda su vida para que ella tuviese un futuro. Habían abandonado su país, habían atravesado el mar, habían soportado todas las humillaciones y miradas de soslayo…
La vida es incierta y complicada, solo aquellos que aprovechan sus oportunidades salen adelante.
Ella había aprovechado aquellas oportunidades, aunque también había tenido que superar muchas barreras, quizá demasiadas. Esperaba que otras no tuviesen que superar tantas trabas para lograr sus sueños.
La barrera del idioma había sido fácil de superar, pero había otras que eran más difíciles de soportar y de vivir. Muros mudos e invisibles, pero siempre presentes. La distancia cultural era una frontera que muchos se esforzaban en levantar cada día más fuerte y más alta. En un mundo polarizado, donde todo era de un bando o del otro, había quien se esforzaba en todo momento en hacerle ver que ella era distinta, que no pertenecía a ese mundo, que era menos que otros.
En primer lugar por ser de otro color que la mayoría, por tener un acento diferente, por creer en otro dios, por no comer lo que el resto… durante toda su vida había tenido que justificarse ante muchos de sus compañeros. En el colegio, en el instituto, en la universidad, en el ejército… y lo peor de todo, en la calle, en las diversas administraciones, ante el espejo… en cualquier parte. Había generado una red, un aura de resignación que, con el tiempo, la había hecho más fuerte, pero que le había costado muchas lágrimas tejer.
Recordaba con cariño la primera vez que alguien le había pedido que, por favor, le contase algo en su idioma, le leyese un poema, le saludase al menos… aquel día había visto una ventana más allá del muro...
—Comandante, treinta segundos.
Ya estaban ahí las mariposas, como siempre. Como la primera vez que voló en un caza. “La primera mujer negra en pilotar un caza español” habían dicho las noticias al día siguiente. Y ahí estaban de nuevo las barreras, las fronteras, los prejuicios…
Era negra.
Y era mujer.
Días antes del lanzamiento que las llevaría a ella, a la capitana Shculley y a la alférez Chen-li en dirección a la luna había vuelto a encontrarse con esas barreras, lo había hecho en varias columnas y comentarios periodísticos y de opinión en los que había quien se preguntaba, ¡en pleno Siglo XXI! Si un vuelo de aquella envergadura e importancia podía ser confiado a tres mujeres.
Sí, eso decían aquellos opinadores desde sus tribunas.
Y no eran pocos los que opinaban que aquella misión era un error.
También afirmaban muchos de ellos que el hecho de que el Programa Artemisa estuviese comandado por una inmigrante africana y que tuviese en su tripulación una ingeniera china respondía a la necesidad política de la NASA de enviar un viaje a la luna políticamente correcto y en el que se viesen representadas todas las naciones. Como si ellas no fuesen más que propaganda, como si únicamente fuesen un mensaje publicitario. No hubo ningún medio que hablase de la capacidad innata de Chen-li y de su esfuerzo para convertirse en una de las ingenieras más destacadas de su país y de todo el mundo, tampoco nadie habló de la capacidad de Shculley para superar a todos los aspirantes –hombres y mujeres a la hora de convertirse en piloto de guerra o al trabajo constante y gigantesco de una niña española procedente de África para ser digna de comandar un viaje hasta la luna. Pocos medios hablaron de los méritos de las tres mujeres que iban a emprender aquella aventura.
No, todos esgrimían la condición de mujeres y de pertenencia a diversos ámbitos culturales o étnicos para hablar de aquella misión. Artemisa se había convertido en algo así como una película de Hollywood en la que todos querían ofrecer su punto de vista sin tener ni idea de todo lo que había conllevado llegar hasta ese momento.
No había sido fácil.
Pero allí estaban, Shculley, Chen-li y ella, dispuestas, una vez más, a derribar las barreras, a luchar, a hacer oídos sordos, a seguir esforzándose el doble que otros para llegar hasta dondequiera que se hubiesen propuesto. Y estaban a punto de conseguirlo.
—Diez segundos.
Chen-li se permitió una mirada a la comandante, en la que esta pudo apreciar una sonrisa nerviosa. No todas eran tan duras como la piloto.
Una pequeña sacudida indicó que acababan de tomar tierra.
Suspiró.
Había llegado el momento.
—Buen trabajo, capitana. Robledo, todo listo para salir al exterior.
—Adelante —se escuchó entre el estrépito de júbilo que resonaba a través del comunicador, en la base debían estar exultantes.
—Cuente con ello. Vamos, Chen, hagamos historia.
Incluso Shculley se permitió una carcajada.
—Lo hemos conseguido, chicas, estamos aquí, en la luna. Lo hemos logrado.
Recordó la llamada de su madre justo antes del viaje. La emoción de su voz, el temblor de sus palabras, el orgullo que se leía tras cada una de sus frases.
—Comandante, es la hora.
Sonrió y comprobó que todo el equipo estaba en perfecto estado. Después, sin poder obviar las mariposas en el estómago, se levantó y abrió la compuerta.
Allí estaba, por fin, la luna, aquella que le había salvado la vida de pequeña. Su sueño infantil convertido en realidad.
Quiso hacer un descenso lento, solemne, que quedara registrado para la historia, pero era impulsiva, muchísimo, aquella vez, al ver las antenas había gritado, no había podido evitarlo, había gritado y saltado y corrido y sonreído hasta la extenuación.
Había sido una lucha tan larga, tan llena de esfuerzos y sinsabores… y allí estaba, en la luna.
Saltó y pegó un grito de alegría que coreó toda la humanidad.
Después, cuando estaba algo más calmada, se giró a la cámara y con una serenidad que ni ella misma esperaba, pronunció unas palabras que dieron la vuelta al mundo.
—Mamá, he llegado aquí por ti. Por todas vosotras. Gracias.
En la Tierra, a 384.400 kilómetros de distancia, una niña era zarandeada por el mar con una brutalidad terrible. A su alrededor, en una pequeña barca tan endeble que parecía abocada al naufragio, todos temblaban, gritaban y lloraban. Ella no, ella miraba a la luna y sonreía y soñaba con ser capaz de llegar hasta ella algún día, sin importar los muros, las barreras y los prejuicios que tuviese que derribar.
Relato ganador del I Certamen de relatos para la Igualdad del Ayuntamiento de Robledo de Chavela.
Una pena tanto exceso de comas.