top of page
  • Foto del escritorJavier Fernández Jiménez

Raíces



No estuvo seguro de estar en casa hasta que no tocó la piedra con la palma de la mano. La posó despacio, notando el grosor del granito entre los dedos. Se estremeció ante el tacto frío. Cerró los ojos. Y no volvió a dudar. Estaba de vuelta. Había sobrevivido. Miró a su alrededor, a ese entorno que tantas veces había evocado en sueños, y se atrevió por fin a sonreír.


Intentó contener el llanto. Se debatía entre la alegría, la emoción y el dolor por todo lo vivido. El Norte, la sangre y la muerte habían quedado atrás. Era el único que había regresado. Herido, cojo, maltrecho... entero. Tendría que contar muchas cosas, la mayoría muy dolorosas. Pero era su deber. El legado de todos los muertos pesaba sobre sus hombros.


Escuchó el rumor aún lejano de la tormenta. Una brisa fría y repleta de humedad azotó el valle. Levantó la mirada hacia la cima del cerro que tenía ante sí y despegó con pesar las manos de la piedra. Le costó dar el primer paso. Alejarse de aquel lugar tan añorado. Apenas unos pasos después apoyó la vara que le ayudaba a caminar en la tierra que pronto sería barro y se giró para dedicar una última mirada a aquel paisaje recuperado. Aspiró con fuerza. Los cuatro toros seguían allí y su corazón sabía que volver a verlos era un regalo de los dioses.

16 visualizaciones0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo

Comentários


bottom of page