En varias ocasiones me han preguntado por qué escribo sobre la guerra y por qué me empeño en que los niños y las niñas lleguen hasta ella a través de algunas de mis historias. Casi nunca soy capaz de responder, aunque intento encontrar una respuesta coherente al asunto... a veces respondo que es porque veo muchas noticias, otras porque creo que es un tema que me duele especialmente y en algunas porque recuerdo que de pequeño viví muy intensamente la Guerra del Golfo. Todo ello es verdad, pero creo que he llegado a la conclusión de que la guerra, por desgracia, sigue siendo inevitable, está ahí y es mejor que alguien nos lo cuente, aunque sea de una manera manejable para nosotros, antes de que nos golpee con toda su crudeza de repente.
He escrito bastante sobre niños que sufren las guerras iniciadas por sus mayores, suelo afirmar siempre que puedo que no lo hago por gusto, sino que necesito hacerlo, porque hay algo que me incita a ponerme a escribir estas historias. La causa de que haya escrito Semillas bajo el manzano es doble, por un lado una necesidad de hablar de esos héroes de verdad que hacen que el mundo sea mucho mejor y por el otro la de completar una especie de trilogía infantil sobre la Guerra y sus consecuencias. Aunque viendo cómo está el mundo creo que es un tema infinito y del que se pueden sacar tantas historias que es probable que vuelva a él más pronto que tarde.
Hans, Jaima y David son tres niños de la Guerra, son los tristes protagonistas de sus propias historias. Quiero pensar que se llevarían bien y que entre ellos podría nacer una bonita amistad. Hans es holandés, Jaima siria y David polaco... tienen ideas, mundos y religiones diferentes y sin embargo... podrían ser el mismo niño. Los tres son inteligentes, valientes, solidarios, decididos... los tres son niños, los tres intentan superar uno de los peores males a los que se puede enfrentar cualquiera, la indefensión.
Cuando hablo de Jaima con los niños y niñas que lo han leído a veces tengo que responder de qué país es. No lo digo en la novela, no lo cuento (aunque lo sepa bien yo mismo). Siempre respondo que hoy podría ser de Siria o de Afganistán, de Ucrania y, ahora mismo, de Gaza... pero que si retrocedemos en el pasado podría ser de otros países como Alemania, Polonia, Holanda o España. En todos los tiempos ha habido niños que han sufrido guerras, quizá por eso necesito hablar de ellos y de ellas, por eso sigo creando estas historias.
Y siempre ha habido personas que han luchado por ayudarles, por hacer del mundo un lugar algo mejor. Quizás por eso también escribo estas historias. El Abuelo Hassan, Irena, Janusz... muchas personas han obrado auténticos milagros humanos para que el mundo fuese habitable para todos esos niños. Todos ellos son los verdaderos héroes a los que deberíamos honrar y no a aquellos que dispararon más y con más puntería. Las estatuas de nuestras plazas deberían estar abarrotadas de los héroes reales y no de aquellos que les obligaron a convertirse en personas tan memorables.
Semillas bajo el manzano acaba mi camino literario por la Guerra, al menos por el momento. Quizá algún protagonista, alguna noticia, algún evento en concreto me haga coger de nuevo un cuaderno y empezar a contar una nueva historia de buenas personas intentando ayudar a quienes más lo necesitan, quizá necesite un nuevo ejército de biclips que ayude a un grupo de niños y de niñas encarcelados en un campo de concentración, puede que haya otro doctor Salamanca que retratar, quizás necesite otra lagartija revoltosa que se cobije en el bolsillo de un niño hambriento... aún no lo sé, aunque es más que probable que suceda.
Espero que estos libros contribuyan a que niños y niñas de todo el mundo comprendan todo el dolor que causa una guerra sin la necesidad de sufrirla en carne propia y, con un poco de suerte, a que en el futuro haya algún adulto menos con ganas de disparar a los demás, aunque no les conozca de nada, aunque no comparta nada con ellos o con sus ideas.
Ojalá hablar de la Guerra sirviese para detenerla o para que hubiese algo más de Paz.
Ojalá.
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