Metió la mano en el bolsillo y rebuscó hasta encontrar las dos onzas de chocolate que había hurtado de la cocina. Sonrió al extraer la primera para llevársela a la boca, aquello era lo único que nadie le podría quitar nunca, el chocolate.
Cogió su tablilla, el cuaderno y el bolígrafo y se sentó en el viejo sofá en el que tantas historias había escrito. Si este tuviese un par de manos podría contar casi tantas historias como él mismo. Saboreó la segunda onza al abrir la primera página del nuevo cuaderno. Y justo en ese momento recordó el té caliente sobre la mesa, demasiado lejos para llegar desde donde estaba. Ojalá pudiese mover cosas con la mente, pensó.
Y ahí, en ese momento, nació su nuevo personaje. Una niña que podría mover lo que quisiera con solo desearlo con mucha intensidad. Una niña que aprendería a leer sola, que sería una molestia para sus padres, que estaría encantada de ir al colegio y a la biblioteca. Y volvió a sonreír, esta vez con una sensación aún más intensa que la del chocolate deshaciéndose en su paladar.
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