Todo era mucho más difícil de lo que siempre creyó de joven. Había tanto por hacer. Y cada acción conllevaba ramificaciones imposibles de controlar. Solo en los próximos 15 días tenía que lidiar con asuntos relacionados con sus padres, con sus hijos, con su ex y con ese médico que decía que era urgente que bajara de peso. Sin contar todo lo que tenía que solucionar en el trabajo.
Suspiró. La vida, como decía el poema, iba en serio. Y corría a toda prisa. ¿Cómo había llegado hasta ahí? ¿Por qué no había cumplido ninguno de sus sueños? La despertó de su ensimismamiento el tren llegando a la estación. Llegaba tarde, como de costumbre. Miró su reflejo en las ventanas que desfilaban ante ella a toda prisa. Supo que había llegado el momento de cambiar. Era el momento. O nunca lo haría.
La puerta abierta del vagón era una huida hacia delante. A continuar con lo de siempre. Dejó el libro que había intentado leer en el banco, a su derecha y se levantó resuelta. Se marcharía. Viviría por fin como siempre había querido. Entonces notó la sacudida. Inaudita, brutal. Después vino el calor. Y el dolor. Se levantó como pudo y empezó a arrastrarse entre temblores y una cojera creciente. Se descubrió llorando. Su nueva vida acababa de empezar.
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